miércoles, 31 de diciembre de 2014

PARKINSON: OTRO MODO DE VIVIR

La enfermedad de Parkinson es el trastorno neurodegenerativo más habitual después de la enfermedad de Alzheimer, en España hay unas 300.000 personas que la padecen. Los síntomas más reconocibles de este mal son el temblor, la lentitud en el desarrollo de la actividad motora, la rigidez y el mantenimiento del equilibrio. Se suele originar habitualmente entre los sesenta y setenta años, aunque por circunstancias desconocidas cada vez es más habitual encontrarlo en pacientes muchos más jóvenes. La causa más importante que lo provoca es la reducción de dopamina en una de las zonas del cerebro, circunstancia por la que se pierden paulatinamente las neuronas dopaminérgicas.
El Parkinson actualmente no tiene cura, pero existen un conjunto de fármacos capaces de reducir la sintomatología y aliviar a los pacientes con gran eficacia. El tratamiento de la enfermedad es muy particular, pues no hay dos enfermos que muestren igual sintomatología y reacción a los medicamentos, motivo por el que los neurólogos deben adecuarlos a cada paciente.
Actualmente, la levadopa es la reina de los fármacos en la enfermedad de Parkinson, siendo un producto de origen vegetal y animal que las células nerviosas del cerebro emplean para generar dopamina y suplir la carencia de ésta. Gracias a este fármaco se retrasa el inicio de los síntomas debilitantes, permitiendo a los parkinsonianos demorar el proceso habitual de degeneración neuronal y llevar vidas relativamente normales.


María Angustias es una de esas pacientes que llevan una vida normal, actualmente cuenta con 47 años y hace algo más de siete años que le diagnosticaron Parkinson. Su historia es un ejemplo a seguir y ese es el motivo por el que inicio este blog narrando su “Vida imposible”. 
Todo surgió hace aproximadamente unos siete años, aunque yo pienso que el problema venía de atrás -me contaba María Angustias, mientras comenzaba a mirar al infinito con sus ojos soñadores-, aunque nadie por aquellos años sabía ponerle nombre a aquel estado de desánimo que me embargaba la mayoría de las horas del día. Recuerdo que me hice asidua del médico de cabecera que, con toda su mejor voluntad, terminó por diagnosticarme una depresión. ¿Una depresión?, me preguntaba yo. No puede ser, tengo una familia que me adora, carezco de problemas en el trabajo, me permito la mayoría de los caprichos que deseo... Aquí hay algo que falla y que debo solucionar de inmediato.
Y la vida que está escrita en renglones torcidos me puso en el camino, recuerdo que fue una tarde de diciembre, a la salida del trabajo. Arranqué mi coche y conduje en dirección a mi casa. Lo hice como era habitual en mí, de un modo pausado, dejando que los semáforos ámbar se pusieran rojos, respetando los pasos de cebra, frenando en los cruces aunque tuviera preferencia. Pero iba a ser en uno de estos cruces, cuando decidí frenar y no pude. Recuerdo que le mandé las ordenes pertinentes a mi cerebro y éste no respondió frenando. No hubo respuesta por parte del sistema nervioso, aquel percance me puso de sobre aviso: algo extraño me está ocurriendo.
Yo intuía que alguna enfermedad se estaba albergando en mí, pensé en un tumor cerebral, pues no era corriente que la pierna derecha no me respondiera en ocasiones y otras tuviera que arrastrarla. Además iba perdiendo la coordinación y cuando escribía la letra se iba haciendo cada vez más pequeña. Esa fue la primera pista que me puso en contacto con el Parkinson, pues al escribir en Internet: ¿Por qué mi letra cada vez se hace más pequeña y apretada? Tuve una respuesta contundente por parte de la red: Enfermedad de Parkinson, la mayoría de los enfermos de Parkinson tienen una escritura pequeña que se reduce al final de cada línea y progresivamente en líneas sucesivas. Esta propensión a disminuir el tamaño de las letras se denomina micrografía y se acentúa a medida que la enfermedad avanza.
A raíz del accidente automovilístico mi estado de ánimo fue decayendo progresivamente, habiendo momentos en que lo único que deseaba era llorar. Tan sólo me hallaba cómoda cuando estaba tumbada y sobretodo durmiendo. Dormir era el refugio que había encontrado y siempre que podía lo hacía , evitando así la realidad.
Mis amigos comenzaron a notar que algo extraño me estaba ocurriendo, yo mientras tanto, me volví esquiva, siempre encontraba excusas para no salir a la calle, dejé de hacer deporte, dejé de ir al cine, dejé de pasear por el campo.
Cuando no tenía más remedio que salir, hacerlo era toda una epopeya. Primero debía vestirme y eso un gran suplicio, no encontraba la manera de subirme la falda y menos abrochármela. Recuerdo que la sujetaba con el filo de una mesa y a base de mucha concentración y tiempo lograba ponérmela; a continuación venía ponerse una camisa y me era imposible, los músculos de los hombros me dolían muchísimo y arremeterla por dentro de la falda me era del todo imposible, pues ésta se caía constantemente. Y aún me faltaba ponerme las medias, no sé cuantos pares rompí en mi empeño por colocármelas sola.
Este cúmulo de circunstancias me llevaron a tomar la determinación de visitar a un neurólogo amigo de la familia y de mucho prestigio en Granada. Así que en menos de una semana me encontraba sentada en la consulta del doctor Espigares, lo hice sin informar a mi marido ni a mis hijos. Deseaba estar sola en este trance y reflexionar sobre lo que viniera de un modo calmado.
El doctor Espigares no se anduvo con rodeos en fijar un diagnóstico y nada más sentarme en la silla reservada a los pacientes, me dijo: María Angustias creo que tienes la Enfermedad de Parkinson, lo afirmaría al noventa por ciento de certeza, pero para estar completamente seguros vamos a iniciar el protocolo de pruebas que lo confirmen. Así, que vas a hacer lo que yo te indique.
Así conocí a Parkinson, el nuevo acompañante que tendría de por vida. Recuerdo que la impresión fue fortísima, creo que si no me hubiera agarrado con todas mis fuerzas a la silla, donde me encontraba sentada, hubiera terminado en el suelo. Mientras tanto, podía escuchar la voz del doctor Espigares en la lejanía: No te preocupes María Angustias, los tratamientos para la Enfermedad de Parkinson actuales están muy avanzados y podrás llevar una vida “casi” normal. “Casi”, fue el calificativo que me hizo estremecer. Ya nunca volvería a ser la misma de unos años atrás.
A raíz de esa primera consulta comenzaron las pruebas para el dignóstico de la enfermedad, haciéndome un análisis de sangre y otro de orina, junto con el de otras sustancias que servirían para diagnosticar de un modo certero la enfermedad. El análisis de sangre descartó posibles infecciones cerebrales y de la médula espinal, mientras que las pruebas químicas excluyeron trastornos proteínicos, algunas formas de distrofia muscular y diabetes. El análisis de orina reveló la presencia de ciertas proteínas causantes del Parkinson y una radiografía craneal, con inoculación de una dosis baja de radiación ionizada, mostró la tonalidad blanca en los huesos propia de los enfermos de Parkinson. 
También se realizó una fluoroscopia mediante un tubo de rayos X, cuyas imágenes resultantes se grabaron en vídeo. Estas pruebas generalmente hechas con pequeñas cantidades de materiales radiactivos, informarían de la función y estructura del órgano.
Como punto y final fui sometida a una ecografía cerebral, concretamente a una tomografía computada, de la que se obtuvo imágenes por resonancia magnética.
Aquellas jornadas fueron muy tristes, no lograba asimilar los acontecimientos acaecidos. Pensaba que todo era un sueño, una mala pesadilla que no me podía estar ocurriendo. Analicé mi vida en repetidas ocasiones y algo muy malo debería haber hecho para recibir tal castigo. Pensé en las personas que padecían otro tipo de enfermedad, con seguridad más severa, como el cáncer. A dos amigas mías les habían extirpado un pecho, aquello si era un castigo, pero también me decía que con seguridad dentro de unos años sería un mal recuerdo vivido. Yo, en cambio, nunca podría deshacerme del Parkinson, me acompañaría hasta la tumba.
Estaba muy enfadada, muy resentida... ¿Por qué me había tenido que ocurrir a mi?, me preguntaba a diario. Siempre me había cuidado mucho, haciendo deporte, no fumando, no bebiendo. En los siguientes días posteriores al diagnóstico, en mi ofuscación de no querer asumir las circunstancias visité a mi médico de cabecera, llevándole todo el material clínico y las pruebas realizadas. El buen doctor, lo único que supo decirme es que posiblemente todo era un error y que lo mejor que podía hacer era repetir la analítica y solicitar una segunda opinión . Aquella fue una ventana que se me abrió, un rayo de esperanza al que acogerme para no afrontar la realidad. Así que fui demorando las segundas opiniones en el tiempo y ocultando una realidad que ya era palpable a simple vista: la pierna cada día la arrastraba más, la escritura cada día era más apretada y pequeña, la rigidez se acentuaba progresivamente. Un año tarde en reconocer que tenía Parkinson y cuando lo hice, llegó una nueva complicación, posiblemente de mayor repercusión que mi enfermedad: a mi marido le dio un ictus. Esa circunstancia daría un giro radical a mi vida, pasando de ser el centro de atención familiar y la supercuidada a convertirme en la ciudadora. Dejé el trabajo e inicié una nueva etapa en mi vida, atrás quedaban las reuniones con empresarios, la contratación de nuevos clientes, las relaciones sociales... Ahora, me centré en cuerpo y alma en ayudar a mi marido y a recuperar una situación familiar feliz que había desaparecido en un abrir y cerrar de ojos. Mi vida se ubicó en el hospital junto a mi marido. Todo el tiempo se lo dedicaba a él, con la esperanza de que volviera a ser el hombre encantador y seguro que yo había conocido. Asimismo, inicié un peregrinaje por diferentes asociaciones con la idea de documentarme sobre el ictus y el futuro que debería plantear.
Fue así como conocí la Asociación de Parkinson en Granada y algo nuevo floreció en mi. Comencé a relacionarme con aquellos que padecían este mal, todos estaban peor que yo. ¡Bueno!, a mi es que aún no se me nota, todavía soy una privilegiada; puedo hacer deporte, trabajar a un fuerte ritmo, cuidar de mi marido y vivir a tope esta nueva etapa de mi vida.

MUCUNA CONTRA EL PARKINSON




jueves, 11 de diciembre de 2014

EL PARKINSON NO MANDA EN MI VIDA

Entre 120.000 y 150.000 españoles padecen párkinson y cada año se detectan 10.000 nuevos casos. Esta enfermedad es ya el segundo trastorno neurodegenerativo más frecuente, por detrás del alzhéimer y se estima que, debido al envejecimiento progresivo de la población, su prevalencia podría triplicarse en 2050 según datos de la Sociedad Española de Neurología (SEN).
Tal y como afirma la Federación Española de Parkinson (FEP), 1 de cada 5 pacientes son menores de 50 años; uno de los retos importantes es conseguir avanzar aún más en el diagnostico precoz, puesto que cuanto antes se traten los síntomas, más posibilidades habrá de controlarlos.

Qué es y a quién afecta

Se trata de una enfermedad neurodegenerativa; lo que ocurre en el cerebro de una persona con párkinson es que hay un grupo de neuronas que dejan de producir una sustancia llamada dopamina.
“La falta de ese neurotransmisor, “la hormona de la felicidad”, en un núcleo profundo del cerebro llamado núcleo subtalámico, provoca que las neuronas de ese núcleo funcionen de manera caótica, irregular, a frecuencia muy alta. Desde hace 40 años podemos poner la dopamina que falta con medicamentos y esto acaba devolviendo una buena calidad de vida a los afectados”, afirma Gurutz Linazasoro, neurólogo, presidente de la Fundación Inbiomed y director de la Fundación CITA.alzheimer.
Afecta fundamentalmente a personas mayores de 65 años pero en un 15-20% puede empezar incluso antes de los cuarenta años. “Hay casos muy jóvenes y el párkinson de una persona joven y de una que empieza muy mayor, aunque sea lo mismo, en las manifestaciones son muy diferentes. Esto es normal porque el cerebro a medida que envejece va perdiendo capacidad de adaptación y plasticidad”, asegura Linazasoro.

Diagnóstico y desarrollo

No es sencilla la detección en algunos casos. Todos tenemos en mente la figura de una persona mayor temblorosa pero en un 40% de los casos no hay temblor y en un 15% empieza antes de los 40.
“Pensar que una persona de 40 años con una rigidez en el brazo izquierdo tiene un párkinson cuesta”, apunta el neurólogo.
Actualmente no hay un tratamiento preventivo que pare la progresión de la enfermedad pero la casuística invita al optimismo.
“El paciente de párkinson de hoy no tiene nada que ver con el paciente de hace 15 ó 20 años. La sensación que tenemos es que la evolución es más benigna y probablemente más lenta; podemos controlar los síntomas con la medicación en todo momento”, afirma el especialista.
El doctor explica que existen datos sobre un medicamento, la rasagilina, que apoyan esta idea. “No es un estudio concluyente que lo demuestre al cien por cien pero sí sugiere fuertemente que puede modificar el curso de la enfermedad y hacerlo más benigno”, asegura.

Posibilidad de cirugía

No solo existe tratamiento farmacológico sino también quirúrgico aunque el riesgo es importante. Esta opción esta dirigida a un núcleo muy reducido de los afectados que deben cumplir requisitos como ser menores de 70 años, con resonancia normal y que hayan respondido previamente muy bien a los medicamentos del párkinson.
La operación consiste en la implantación de electrodos de estimulación en un núcleo profundo del cerebro llamado núcleo subtalámico. “A consecuencia de la falta de dopamina las neuronas de ese núcleo empiezan a funcionar de manera errónea. Se identifican esa neuronas y se coloca un estimulador de manera que las frena. De este modo ese núcleo se activa de una manera constante y mejoran mucho los síntomas del párkinson“, afirma Linazasoro quien compara esta técnica con la colocación de un marcapasos en el corazón para corregir una arritmia.

Verdades y mitos

Muchos son los mitos que corren acerca de esta enfermedad que sufren y han sufrido personajes como el actor Michael J. Fox, el boxeador Muhammad Alí, el Papa Juan Pablo II, el pintor Dalí, Hitler o Francisco Franco. El doctor Linazasoro nos ayuda a aclararlos.
  • Herencia: tan solo un 10 o un 15% de los afectados lo son por razones hereditarias. Se han descrito familias con casos hereditarios e identificado el gen responsable en esas familias; el 85-90% es esporádica.
  • Problemas de audición: no están asociados al párkinson, tan solo es lentitud al responder. El síntoma más característico del párkinson no es el temblor, es la lentitud de movimientos y cierta lentitud para pensar; eso hace que las respuesta sean tardías y se interprete como falta de audición.
  • Temblor esencial: produce temblor en las manos y la cabeza, es una enfermedad distinta y cuatro veces más frecuente que el párkinson. Katherine Hepburn no tenía párkinson, sino “temblor esencial”. El temblor de cabeza no es propio del párkinson, se puede mover la barbilla, las manos y las piernas.
  • Tabaco y párkinson: existen datos epidemiológicos que dicen que hay una menor asociación entre personas que fuman y el riesgo de sufrir párkinson. Hay una asociación inversa entre fumar y tener párkinson, si se fuma, hay menos riesgo de sufrir la enfermedad.
  • Mortal: los estudios dicen que la expectativa de vida es muy parecida. No es una enfermedad mortal.
  • Bailan mejor que andan: andar es un movimiento automático y secuencial que es lo que más se altera en el párkinson; bailar es un movimiento marcado por un ritmo; se utilizan circuitos diferentes para andar y bailar y los de bailar no están alterados en el párkinson.

“El párkinson no manda en mi vida”

Luis Alberto García Gil está casado, tiene dos hijos y 54 años y le diagnosticaron la enfermedad cuando tan solo tenía 44.
“Yo creía que tenía un tumor; el proceso comenzó dos años antes y fue un auténtico mazazo, se te cae todo encima, piensas que no vas a poder hacer nada”.
Alberto fue reaccionando y “levantando el vuelo”. Cuando le ocurrió no sabía nada sobre la enfermedad.
“Mi familia se dio cuenta de que movía torpemente una pierna y un brazo, yo no me di cuenta. Un día en una reunión fui perdiendo la escritura, empezaba a escribir grande y después hacía la letra muy pequeña hasta que desaparecía, como una línea”, nos cuenta Alberto.
No está demostrado que el estrés afecte como desencadenante de la enfermedad pero Alberto afirma que es una situación común a muchos enfermos. “Si tienes un trabajo estresante déjalo o cambialó porque el estrés hace avanzar la enfermedad. Si no lo haces puedes cavarte la tumba siguiendo con él”.
Alberto es tratado con un neurotransmisor llamado levodopa.
“Los síntomas suelen aumentar pero es posible por lo menos retrasarlos o mantenerlos. Es básico el ejercicio de actividad moderada, ir gestionando el tema de tus neurotransmisores artificialmente, como el que echa gasolina y va ahorrando”
El apoyo familiar y del entorno es fundamental. “Anímicamente primero me hundí, luego en el proceso he ido superándolo con muchas ganas de vivir y ahora estoy mejor que cuando empecé la enfermedad”, asegura Alberto.
“Primero viene el mazazo y entonces tienes la certeza de que vas a terminar languideciendo y ser como un abuelito y dices, madre mía con 44 años la que me espera. Luego empiezas a dudar cuando vas a las asociaciones y ves gente con la misma enfermedad que ha resuelto ya tus dudas”, afirma Alberto.
“Ha cambiado mi escala de valores. Hay gente tan pobre que sólo tiene dinero. Ahora soy rico en buenos deseos de la gente en cariño y eso es lo que cuenta al final”, sentencia nuestro amigo Alberto.
Existe gente que te marca y a Alberto le ocurrió con un emigrante marroquí llamado Fadil. “Me dijo: eres tan buena persona que estoy rezando a mi Dios para que te cures. Yo pensé, no puedo decepcionar a éste ni a ninguno de los buenos deseos que tiene mi gente y decidí mantenerme bien”.
Alberto le pide a los afectados que reflexionen y comprueben que las dudas y los mitos no son tales: “Esto no es tan malo cuánto me cuentan, se puede hacer de todo, conducir, disfrutar de la vida, bailar; quizá con más esfuerzo o a otro ritmo, pero se puede. Hay que acostumbrarse a un compañero puñetero como es el párkinson, no dejarle mandar en tu vida“.

domingo, 25 de mayo de 2014

ALIMENTOS CONTRA EL PARKINSON




1. Habas. El Parkinson se origina por una deficiencia de dopamina y algunos alimentos contienen levodopa, un aminoácido precusor de esta sustancia. Las habas son muy ricas en levodopa, pero para conseguir 100 mg haría falta comerse varios kilos de ellas. Aún así,nunca está de más que las incluyas en tus menús y, de paso, los completes con mucuna pruriens, una legumbre de la India que también posee levodopa natural.



2. Escarola. Una dieta pobre en ácido fólico favorece el desarrollo de síntomas neurológicos semejantes a los del Parkinson. Para evitar un déficit procura que las verduras de hoja verde jamás falten en tus comidas. La escarola, las espinacas y los grelos son tus mejores aliados. Y si quieres un toque exótico, prueba a echar en tus ensaladas algas wakame frescas, aguacate y brotes de soja. 


3. Café. Tomar un café al día influye en el riesgo de sufrir Parkinson... para bien. El café contiene ácidos clorogénicos y melánicos, unos poderosos antioxidantes que combaten el estrés oxidativo.


4. Cúrcuma. Esta especia es la aliada perfecta del cerebro. Según un estudio de la Universidad John Hopkins (EE.UU.) la degeneración celular del Parkinson está vinculada a la inflamación y la curcumina protege a las células nerviosas gracias a sus propiedades antiinflamatorias.


5. Té verde. El secreto de su éxito se encuentra en sus polifenoles antioxidantes que protegen las neuronas. Además, investigaciones recientes han demostrado que este efecto es progresivo, es decir, cuanto más té verde se bebe más protegido se está de esta enfermedad.


6. Manzana. Comer una manzana roja al día protege contra el Parkinson. ¿Por qué? De nuevo los flavonoides son los responsables, en este caso unos llamados antocianinas. Estos antoxidantes mejoran la supervivencia y la diferenciación neuronal y regulan los mecanismos de neuroinflamación. Otras frutas con estos beneficios son las naranjas, las uvas y las bayas rojas.

domingo, 18 de mayo de 2014

ESTIMULACIÓN CEREBRAL PROFUNDA PARA LA ENFERMEDAD DEL PARKINSON




La estimulación cerebral profunda es un procedimiento quirúrgico usado para tratar una variedad de síntomas neurológicos invalidantes, más comúnmente los síntomas debilitantes de la enfermedad de Parkinson, tales como el temblor, la rigidez, el agarrotamiento, el movimiento lento y los problemas para caminar. El procedimiento también se usa para tratar el temblor esencial, un trastorno neurológico común del movimiento. Actualmente, el procedimiento se usa solamente en pacientes cuyos síntomas no pueden ser controlados adecuadamente con medicamentos.

La estimulación cerebral profunda usa un dispositivo médico implantado quirúrgicamente operado por una batería llamado neuroestimulador—similar a un marcapasos cardíaco y aproximadamente del tamaño de un cronómetro—para enviar estimulación eléctrica a áreas específicas del cerebro que controlan el movimiento, bloqueando las señales nerviosas anormales que causan el temblor y los síntomas de la enfermedad de Parkinson. 


Antes del procedimiento, un neurocirujano usa la captación de imágenes por resonancia magnética (IRM) o la tomografía computarizada (TC) para identificar y ubicar el objetivo exacto dentro del cerebro donde las señales eléctricas nerviosas generan los síntomas de Parkinson. Algunos cirujanos pueden usar el registro con microelectrodos, que involucra un cable pequeño que monitoriza la actividad de las células nerviosas en el área objetivo—para identificar más específicamente el objetivo cerebral preciso que será estimulado. Generalmente, estos objetivos son el tálamo, el núcleo subtalámico y el globo pálido.


El sistema de estimulación cerebral profunda consta de tres componentes: el electrodo, la extensión y el neuroestimulador. El electrodo, un cable delgado y aislado, se inserta a través de una pequeña abertura en el cráneo y se implanta en el cerebro. La punta del electrodo se posiciona dentro del área objetivo del cerebro.


La extensión es un cable aislado que se pasa bajo la piel de la cabeza, el cuello y el hombro, conectando el electrodo al neuroestimulador. El neuroestimulador (el "paquete de baterías") es el tercer componente y generalmente se implanta bajo la piel cerca de la clavícula. En algunos casos puede implantarse más abajo en el pecho o bajo la piel sobre el abdomen.


Una vez que el sistema esté colocado, se envían impulsos eléctricos desde el neuroestimulador hacia el cable de extensión y el electrodo dentro del cerebro. Estos impulsos interfieren y bloquean las señales eléctricas que causan los síntomas de Parkinson.



¿Cuáles son las ventajas?


A diferencia de cirugías anteriores para Parkinson, la estimulación cerebral profunda no daña el tejido cerebral sano destruyendo las células nerviosas. En cambio, el procedimiento bloquea las señales eléctricas de áreas específicas del cerebro. Por ello, si se desarrollaran nuevos y más promisorios tratamientos en el futuro, el procedimiento de estimulación cerebral profunda podrá revertirse. Además, la estimulación del neuroestimulador es fácilmente ajustable—sin más cirugía—si cambia el estado del paciente. Algunas personas describen los ajustes del estimulador como "programación."



¿Cuál es el pronóstico?

Aunque la mayoría de los pacientes aún necesita tomar medicamentos después de someterse a estimulación cerebral profunda, muchos pacientes experimentan una reducción considerable de los síntomas de Parkinson y son capaces de reducir mucho sus medicamentos. La cantidad de reducción varía entre los pacientes pero puede estar considerablemente reducida en la mayoría de ellos. La reducción en la dosis de los medicamentos lleva a una mejora significativa en los efectos secundarios como las discinesias (movimientos involuntarios causados por el uso prolongado de levodopa). En algunos casos, la estimulación en sí puede suprimir las discinesias sin una reducción del medicamento.



¿Qué tipo de investigación se está haciendo?

El NINDS patrocina la investigación sobre estimulación cerebral profunda para determinar su inocuidad, fiabilidad y eficacia como tratamiento para la enfermedad de Parkinson. Actualmente, los científicos subvencionados por NINDS están tratando de determinar el/los sitio/s en el cerebro donde la cirugía con estimulación cerebral profunda será más eficaz para reducir los síntomas de la enfermedad. Estos investigadores también están comparando la estimulación cerebral profunda a otras terapias para Parkinson con el fin de averiguar cuál es más eficaz.

domingo, 11 de mayo de 2014

EL PARKINSON


La enfermedad de Parkinson es el trastorno neurodegenerativo más común después de la enfermedad de Alzheimer; sus síntomas cardinales incluyen temblor, lentitud en el desarrollo de la actividad motora, rigidez y dificultad para el mantenimiento del equilibrio de carácter progresivo. Estos síntomas incapacitantes aparecen usualmente en la sexta o séptima década de la vida y son debidos, en gran medida, a la reducción del contenido de dopamina en el estriado, causada por la pérdida de neuronas dopaminérgicas en la "pars compacta" de la sustancia negra. Se piensa que mientras los factores etiológicos pueden ser únicos (mutaciones en los genes de la a-synucleina o parkina; mutaciones en el genoma mitocondrial, )su patogénesis es el resultado de un conjunto de acontecimientos deletéreos encadenados (estrés oxidativo, depósito de hierro, oxido nítrico, acumulación de neurotóxicos, etc.). En ausencia de unas bases genéticas y neuroquímicas suficientes, la clasificación de estos procesos se establece preferentemente atendiendo a criterios clínico-patológicos. 
Hay un grupo de pacientes, que desde el inicio presentan los signos cardinales, que caracterizan a la enfermedad, de forma aislada, habitualmente asimétrica y prácticamente exclusiva, denominándose Enfermedad de Parkinson primaria o idiopática. Hay pacientes con enfermedades neurodegenerativas que afectan a diversas áreas del sistema nervioso, incluido el estriado, que se manifiestan por signos piramidales, cerebelosos, deterioro cognitivo y /u otros, en los que emergen en algún momento desórdenes rigido-acinéticos, generalmente simétricos; calificándose estas entidades de Síndromes parkinsonianos o Parkinson-plus. Finalmente, los signos parkinsonianos pueden aparecer en el curso de lesiones producidas en el cerebro por intoxicaciones, traumatismos, infecciones, tumores, etc., que se identifican como Parkinsonismos secundarios. 

Se dispone de varias de drogas capaces de aliviar los síntomas de enfermedad de Parkinson, pero su uso crónico a menudo se asocia con el debilitamiento progresivo de su eficacia y la aparición de efectos secundarios indeseables no controlables farmacológicamente. Este hecho y el mejor conocimiento fisiopatológico han propiciado la revitalización de los tratamientos quirúrgicos. No se dispone de ningún medio eficaz que detenga la progresión de la enfermedad, y el desarrollo de tratamientos preventivos está dificultado por el limitado conocimiento que existe sobre su etiología y patogénesis. 

Por regla general la enfermedad comienza entre los 40 y 70 años, con un pico de incidencia en la sexta década. Es muy infrecuente por debajo de los treinta años. Cuando aparece en edades inferiores a los 30 años se la denomina parkinsonismo juvenil, presentando usualmente un patrón diferente de degeneración de las sustancia negra y siendo en estas edades con frecuencia de causa secundaria o hereditaria. 

En la actualidad, no hay cura para la enfermedad de Parkinson. Pero distintos medicamentos proporcionan alivio espectacular de los síntomas. 

Al recomendar un régimen de tratamiento, el médico determina el grado en que los síntomas perturban la vida del paciente y luego adapta el tratamiento a la condición particular de la persona. Puesto que no hay dos pacientes que reaccionen de la misma forma a un medicamento dado, el obtener la dosis adecuada para un paciente puede tomar algún tiempo y requerir mucha paciencia. Aún así, los síntomas pueden no aliviarse por completo. En las etapas iniciales de la enfermedad de Parkinson, los médicos inician a menudo el tratamiento con una o varias de las medicinas menos potentes - tales como anticolinérgicos o amantadinas (véase la sección en este documento titulada "¿Hay otros medicamentos para controlar los síntomas de la enfermedad?"), guardando el tratamiento más potente, específicamente con levodopa, para la época durante la cual los pacientes lo necesiten más. 


Levodopa 

Sin duda, la norma dorada del tratamiento actual es el medicamento levodopa (llamado también L-dopa). L-dopa (del nombre completo L-3,4-dihidroxifenilalanina) es un producto químico simple hallado naturalmente en las plantas y en los animales. Levodopa es el nombre genérico utilizado para este producto químico cuando se formula para utilización medicamentosa en los pacientes. Las células nerviosas pueden utilizar levodopa para fabricar dopamina y suplir el suministro decreciente de dopamina en el cerebro. La propia dopamina no puede administrarse ya que no cruza la barrera sanguínea-cerebral, la trama compleja de vasos sanguíneos finos y células que filtra la sangre que llega al cerebro. Usualmente, los pacientes reciben levodopa combinada con carbidopa. Cuando se añade a la levodopa, la carbidopa retrasa la conversión de levodopa a dopamina hasta que llega al cerebro, evitando o disminuyendo algunos de los efectos secundarios que acompañan a menudo al tratamiento con levodopa. Carbidopa también reduce la cantidad necesaria de levodopa. 

El éxito de levodopa en tratar los síntomas principales de la enfermedad de Parkinson es un triunfo de la medicina moderna. Introducida inicialmente en la década de 1960, la levodopa retrasa el inicio de los síntomas debilitantes y permite a la mayoría de los pacientes de Parkinson - que de otra forma quedarían muy incapacitados - extender el periodo de tiempo en el que pueden llevar vidas relativamente normales y productivas.

Aunque la levodopa ayuda al menos a tres cuartas partes de los casos de Parkinson, no todos los síntomas responden igual al medicamento. La bradicinesia y la rigidez responden mejor a la levodopa, mientras que el temblor puede reducirse sólo marginalmente. Los problemas con el equilibrio y otros síntomas pueden no aliviarse en absoluto. 

Las personas que han utilizado otros medicamentos antes de iniciar el tratamiento con levodopa pueden tener que reducir o eliminar esos medicamentos a fin de sentir el beneficio completo de la levodopa. Una vez que comienza a administrarse la terapia con levodopa, las personas responden a menudo espectacularmente, pero pueden necesitar incrementar la dosis paulatinamente para obtener un beneficio máximo. 

Debido a que una dieta rica en proteína puede interferir con la absorción de levodopa, algunos médicos recomiendan que los pacientes que toman este medicamento restrinjan el consumo de proteína durante la cena. 

La levodopa es tan eficaz que algunas personas pueden olvidar que tienen la enfermedad de Parkinson. Pero la levodopa no es una cura. Aunque puede reducir los síntomas, no sustituye las células nerviosas perdidas y no detiene la progresión de la enfermedad. 


Efectos secundarios de levodopa 

Aunque beneficiosa para miles de pacientes, la levodopa no carece de limitaciones y efectos secundarios. Los efectos secundarios más comunes son náusea, vómitos, baja presión sanguínea, movimientos involuntarios e intranquilidad. En casos raros, los pacientes pueden tornarse confusos. La náusea y los vómitos ocasionados por la levodopa se reducen considerablemente con la combinación de levodopa y carbidopa que realza la eficacia de una dosis más baja. Una fórmula de liberación lenta de este producto, que da a los pacientes un efecto más duradero.

MI VIDA CON PARKINSON

"
Me diagnosticaron la enfermedad de Parkinson hace más de dos años". La frase forma parte de la confesión de un neurocientífico en las páginas de la revista Nature, un relato que bajo el título "Mi vida con Parkinson" aborda el dilema con el que se encuentra un investigador que sufre la misma enfermedad que está investigando. Hace un año, mientras asistía a una fiesta con otros científicos y algunas celebridades, alguien le preguntó por las investigaciones de la enfermedad, y en lugar de admitir que él tenía la doble condición de científico y enfermo, optó por dar una descripción lacónica de la enfermedad. "Yo tenía un secreto", confiesa, "un secreto que no había contado a ninguno de mis colegas: yo tenía Parkinson".
Su historia comienza hace cuatro años, el día en que, mientras rellenaba formularios del laboratorio, sintió que algo iba mal. "Después de unas cuantas páginas", relata, "mi mano se convirtió en una masa temblorosa de carne y huesos, bloqueada inútilmente con un intenso rigor". Por esa misma época había comenzado a investigar justo la enfermedad que le empezaba a atrapar, el efecto que la dopamina tiene en la actividad neuronal y el comportamiento. El diagnóstico se lo hizo un compañero investigador, de los que publicaban en las mismas revistas que él y que trabajaba en el mismo campo. Aunque no desvela su identidad, el científico tiene ahora 36 años y confiesa que su primera reacción fue no contárselo al resto de la comunidad científica y ocultar su condición.
"Me preocupaba ser menos apto para obtener las ayudas de investigación que necesitaba", explica. "Me preguntaba si los estudiantes y los postdocs no tendrían recelos de unirse a mi grupo. Y, quizá, lo más importante, me preguntaba cuánto tiempo podría hacerme cargo de los experimentos, lo que más me apasiona del mundo". Sacudido por la experiencia de no decir nada a sus compañeros de fiesta, a principios de año el neurocientífico decidió explicarles la verdad a sus compañeros de laboratorio. "Me llevó mucho tiempo", explica, “pero fue una de las mejores decisiones que he tomado jamás. Todo el mundo me apoyó tanto que me sentí estúpido por haberme pasado cuatro años preocupado por su reacción".
En los meses siguientes, su enfermedad se ha convertido en un detalle más que afecta mínimamente a su trabajo. La rigidez le impide realizar algunas pruebas, pero ahora conoce los síntomas en primera persona. Comprende que la enfermedad no afecta al entendimiento y que su mano, aunque aparentemente está bien, parece desconectada de las indicaciones de su cerebro. No cree que tener la enfermedad le haga más impaciente ni peor científico. "Mi condición como científico en activo me refuerza en mi fe en la importancia de los descubrimientos científicos", sentencia. "Sobre todo, mi diagnóstico me hace desear hacer la mejor y más emocionante ciencia que pueda, porque el privilegio podría desaparecer para cualquiera de nosotros en el tiempo que dura un parpadeo [...] La vida es demasiado corta para esconderte de lo que eres. Tus colegas pueden sorprenderte y tú puedes todavía ser un gran científico a pesar de la enfermedad".